miércoles, 9 de septiembre de 2009

Giro

He recibido algunos comentarios sobre el giro de mi blog a partir de esta nueva responsabilidad. ¿Y ahora de que hablarás, de qué escribirás?, me preguntan. La respuesta es invariable: de lo mismo. ¿Habré de mudar por ocupar otra posición? Más aún, seré autocrítico, no puedo pedir menos de mi mismo que de los demás.
Pero también escribiré de la cotidiana vida, de sus sorpresas y sinsabores. Aquí seguiré cuando pasen cuatro años o menos. Aquí seguiré.
Y a los que me leen les agradezco su paciencia y tolerancia, no soy digno de ella. Gracias.

viernes, 24 de abril de 2009

Amor perdido

¿Qué hacer cuando un cónyuge no ama al otro?, esa fue la pregunta que alguien me hizo en una plática aparentemente informal.

La conversación había girado en torno a las necesidades que el ser humano tiene, sobre todo la necesidad de Dios, de ahí hablamos de las circunstancias ideales que deben de rodear a una familia y fue entonces que de una manera frontal y directa vino la pregunta. Hay ocasiones en que uno no sabe que responder pues desconoce las circunstancias de la pareja. ¿Y ahora?

Entendí que ese era el caso de quien me preguntaba y no una mera referencia a algún “primo” o “amigo” o “vecino”. Traté de responder.

Bueno, le dije, recuerdo el caso de la mujer que perdió una de sus monedas según lo registra la Biblia (Lucas 15.8-10). Eran esas monedas, sin duda, su posesión más valiosa. Le recordaban en momentos de angustia que ella era una mujer valiosa aún cuando nadie se lo recordara cada día. Así que cada vez que atravesaba por ese “valle de sombras”, iba a contar sus monedas para ver un nuevo amanecer, para encontrar en ellas la luz de su sol.

Tristemente uno de esos días oscuros, al buscar sus monedas se dio cuenta de que le faltaba una, solo una. Trato de imaginarme la desesperación y angustia de saber que ahora no eran las monedas las que estaban incompletas sino que ella misma lo estaba.

La historia refiere que encendió la luz, limpió la casa, movió todo lo removible y al final en recompensa a su esfuerzo encontró la moneda.

¿Se perdió el amor? ¡Barre! ¡Limpia! ¡Sacude! Seguro lo encontrarás.

martes, 29 de enero de 2008

Nuevo nacimiento

A menudo he escuchado las diversas posiciones de miembros, líderes y dirigentes de la Iglesia en torno al bautismo. Las opiniones son divergentes, el tema es apasionante y casi nadie desea quedarse al margen de dicha conversación.

La plática revivió recientemente con motivo de la gran celebración bautismal del 27 de enero en Catemaco. Probablemente aventurando un pronóstico o con conocimiento de causa un líder de la Iglesia dijo que en algunos distritos "el 50% de los bautizados es gente que fue sacada del panteón". El solo hecho de pensarlo es preocupante.

Quizá es necesario hacer una precisión en torno al tema: caminan por dos caminos distintos la necesidad de ser bautizada que la gente tiene y los blancos fijados junto con los métodos para alcanzar dicho blanco.

Definitivamente estoy a favor de fijarse metas que sean cuantificables. Es posible que la cantidad de personas bautizadas sea un índice importante en cuanto a cuan cercas estamos de cumplir nuestra misión. No podemos caminar sin saber a donde queremos llegar. En algún tiempo pasado a los blancos de bautismos se le llamaron "objetivos" y sin embargo el propósito sigue siendo el mismo: buscar una cantidad que marque nuestra evoluvión o involución.

Continuará...

lunes, 21 de enero de 2008

Lo que callamos los hombres

En una reflexión un tanto tardía, decidí publicar estos pensamientos escritos en momentos de grandes apremios. ¿Debemos de callar nuestras desventuras? ¿Es un deber tomar el sufrimiento como la cruz que nos toca llevar? Bien, ustedes decidirán.

Para comenzar no sé cuantas de nuestras queridas esposas terminarán de leer esta reflexión sin incomodarse, pero nace de una necesidad vista desde el punto de vista masculino: la necesidad de contribuir a la armonía y felicidad conyugal, a mejorar la interacción matrimonial y por supuesto a arreglar estos “pequeños” asuntos de una vez por todas a través de mínimas sugerencias.

No es nuestra intención iniciar una nueva revolución, ya que siempre hemos salido derrotados. Si bien algunos creen que el matrimonio es la única guerra donde uno duerme con el enemigo, nos asumimos como leales compañeros y sufridos colegas en la tarea de la paternidad y el matrimonio. Pero atención: los esposos no tenemos vocación de mártires excepto cuando llevamos a alguien a comer y no avisamos. En fin, presentamos esta recopilación de “sugerencias” que varios esposos hemos platicado en la sobremesa, en los viajes, en las juntas y en toda ocasión en donde podemos librarnos de la custodia femenina, y que, obvio, tenemos el temor de presentarlas al cónyuge de manera individual, es decir, en montón somos valientes.

Bueno, ahí van:

1. Quítenle los cabellos al peine después de haberse peinado.

Si bien no tenemos mas cabello que ustedes, siempre es algo molesto que a la hora de peinarnos tengamos que andar quitando uno a uno los cabellos que ustedes nos dejan después de haberse peinado. Esto nos perjudica pues perdemos tiempo que podíamos aprovechar para leer el periódico, vernos en el espejo, ponernos nuestras cremas, además de que dejar cabellos en el peine es antihigienico lo cual no va con el carácter de nuestras esposas.

2. Que no escondan la ropa que manchan al lavar o queman al planchar.

Ustedes no saben el amor que se le puede tener a una camiseta “vieja” manchada o casi deshilachada, pues puede ser la playera con la que anotamos el único gol en nuestra vida. Quizá fue la playera de la primera cita o tal vez con la que nos lucimos en la marcha de protesta. No somos ajenos a que en el fondo de la última maleta, en lo profundo del guardarropa o metidas en una bolsa oscura atrás del lavadero se encuentran aquellas prendas tan queridas por nosotros y que ustedes han querido dar a Dorcas pero que son el vínculo con nuestro pasado joven que ahora añoramos.

3. Ojo por ojo y diente por diente.

Que antes de pedir que arreglemos la tubería descompuesta, cambiemos el foco, atornillemos los estantes, noten si nuestros calcetines están zurcidos, nuestros cierres arreglados y los botones caídos puestos. A veces se quisiera que los esposos tuviéramos una varita mágica. Es justo que en un acto puro de liberación femenina las esposas aprendan a cambiar un tanque de gas, así tendríamos más tiempos para ver el fútbol. En un acto de reciprocidad cumplan con su parte del contrato matrimonial.

4. Que sean puntuales.

Para cerrar un negocio, además de un buen partido de futbol y botanas, la puntualidad es esencial. Si los hombres no fueramos puntuales, nos habríamos perdido muchos goles que han caído en el primer minuto de juego. Les suplicamos que al traer el aperitivo, botana, entremés o lo que sea, lo hagan con puntualidad ya que si nosotros hemos hecho el sacrificio de llegar a tiempo para el partido, bien es justo que ustedes también lo hagan al prepara la botana.

5. No repitan la comida.

Cuando les digamos que una comida estuvo sabrosa, por favor no nos la repitan toda la semana. Como esto no lo expresamos muy a menudo, ya que aunque aceptamos la exquisitez de su cocina no somos muy dados a reconocerlo, a menudo sucede que cuando decimos “¡que sabrosa estuvo la comida negra!” nos la repiten toda la semana esperando escuchar el elogio de nuevo. De paso, muy a menudo nuestra manera de decir que la comida estuvo rica es gruñendo o simplemente diciendo: “¡quiero más!”.

Ya no puedo escribir mas porque mi esposa acaba de llegar y me ha pedido que vaya por las tortillas: ¡eso es el mundo real!

lunes, 14 de enero de 2008

Justicia y salvación para todos

El contexto

La noticia sacudió a toda una nación. Era el 19 de febrero del año 2006 y en la mina Pasta de Conchos en Coahuila, México, 65 mineros habían quedado atrapados bajo tierra, víctimas de un derrumbe accidental . A pesar de los esfuerzos realizados por rescatarlos, poco tiempo después se confirmó la muerte de todos ellos. El tiempo ha transcurrido y más de un año después los familiares de estos mineros siguen clamando justicia y castigo para los responsables.

Es posible que al escuchar esta y otras noticias usted y yo nos preguntemos ¿existe la justicia? y si existe ¿qué es? El filósofo griego Platón decía desde el siglo IV antes de Cristo que “la justicia es la conveniencia del más fuerte” . Como seres humanos a menudo participamos de ese sentimiento de impotencia y clamado por justicia en circunstancias similares. En realidad el mundo entero clama por justicia. Aunque a decir verdad, somos rápidos en pedir justicia para quienes consideramos culpables, pero lentos para aceptar que ésta actúe en contra nuestra.

Es aquí donde la Palabra de Dios, que nunca falla y que siempre satisface las preguntas del hombre, dice que al final todo ser humano será tratado con justicia, porque Cristo Jesús quien se convertirá en Juez del hombre, ya vivió todas las angustias y dolores que hoy el hombre puede vivir, ya “fue tentado en todo pero sin pecado” (Hebreos 4.15). La justicia divina se manifestará de manera muy diferente a la justicia humana.

La provisión

Cuando estas inquietudes sobre la justicia surgen, inmediatamente recuerdo las palabras que Dios a través de Moisés dijo a su pueblo escogido: “Y harán un santuario para mí, y habitaré en medio de ellos.” (Éxodo 25.8). En esta invitación no solo está la promesa de la presencia de Dios en medio de su pueblo sino también el establecimiento de un perfecto sistema de justicia para el hombre. Este sistema de justicia originalmente establecido para el pueblo de Israel, hoy trasciende tiempo y lugar para llegar hasta nosotros. Pero además de justicia hace provisión para la salvación de todo aquel que cree . Es entonces que desde la perspectiva divina cada ser humano puede ser considerado justo y ser salvo si da los pasos apropiados para recorrer el sendero de la salvación. Esa es la enseñanza del santuario de donde podemos tomar tres elementos esenciales.

La necesidad

El hombre moderno, como muchos antepasados lo hicieron, ha escogido la autosuficiencia como la señal distintiva de su estilo de vida. `No necesito nada, no necesito a nadie´ se oye decir. De hecho vivimos en la era del “hágalo usted mismo”, pero en un asunto vital como es el obtener justicia y lograr la salvación personal esa premisa no tiene valor. En el terreno espiritual la “justicia propia” conduce al derrumbamiento del hombre autosuficiente y finalmente a su muerte.

El santuario que Dios pidió que fuera edificado con toda la riqueza de sus simbolismos nos señala un camino diferente que comienza con la percepción de la necesidad. Nada puede el hombre hacer por sí mismo. La autosuficiencia no tiene lugar. La necesidad de ser declarado justo produce la aflicción, el dolor de haberle fallado a Dios. La aflicción lleva al arrepentimiento y entonces se llega a la confesión, el reconocimiento humilde que busca la gracia de Dios. Es ahí donde la justicia divina actúa.

El temor

Quienes han enfrentado un juicio lo han hecho con una buena dosis de aprehensión y temor, más aún cuando nos sabemos responsables. El ser humano a menudo percibe a Dios como un Dios iracundo, listo para exterminar al culpable. Ir al santuario era aceptar someterse a un juicio, el pecador se acercaba con temor. Pero el camino del santuario que conduce a la justificación del hombre, es un camino abierto. Se puede transitar libremente por el, debe ser un camino libre de temores. Es así como habiendo reconocido nuestra necesidad se nos dice: “acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”. (Hebreos 4.16). La ausencia de temor se reafirma con la promesa de que nuestro abogado es “Jesucristo el justo”.

La sustitución

Cuando el hombre se ha librado del temor es el momento para aceptar que alguien ocupe nuestro lugar. Todo aquel que era llamado por la justicia divina necesitaba llevar una víctima, su sangre pasaba al santuario y finalmente el santuario era purificado. Todos el que acercaba con un espíritu contrito era aceptado. El servicio del santuario nos enseña en su parte central que nuestra única esperanza es que alguien ocupe nuestro lugar. Eso nos lleva naturalmente a la pregunta ¿Quién ocupará nuestro lugar? Muchos años antes de que esta pregunta fuera formulada ya la respuesta se había dado en voz de aquel extraordinario hombre llamado Juan el Bautista que dijo refiriéndose a Jesús: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. (Juan 1.29) Y efectivamente, ese lugar lo ocupó Cristo. El apóstol Pablo lo describió con claridad cuando escribe: “Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir, por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.” (Romanos 5. 7, 8) Es definitivo, no puede haber otro sustituto porque solo por la muerte de Cristo somos declarados justos. Solo así la justicia divina que reclama el derramamiento de sangre puede ser satisfecha.

“¿Qué debo hacer para ser salvo?”-preguntó el carcelero de Filípos cuando los apóstoles le presentaron al Cordero de Dios- “Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo tú y tu casa.” (Hechos 16.30, 31). Es la misma respuesta para nosotros. El orgullo debe ser expulsado y permitir que nuestro lugar sea ocupado por quien en realidad puede solucionar nuestro problema de pecado. Reconocer a Cristo como el Cordero de Dios que ocupa nuestro lugar, nos causará lágrimas, dolor, tristeza, pero nos dará esperanza ya que “por su llaga fuimos nosotros curados.”

El final

Si hay algún momento para acercarse a Dios, es ahora. De no ser así, cuando el reconocimiento de nuestros errores sea obligado este solo confirmará que el castigo del pecador es justo. Todos necesitamos al Cordero.

Al final, todos, redimidos y no redimidos reconocerán y dirán: “justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos. ¿Quién no te temerá, oh Señor y glorificará tu nombre? Porque tus juicios son verdaderos” Apocalipsis 15.3, 5

lunes, 7 de enero de 2008

¿Porqué el Cordero?

Las estrellas aún brillaban en el cielo limpio cuando me desperté. El descanso durante la noche había restaurado mis fuerzas y estaba listo para iniciar las actividades del día. Mi esposa y mis hijos, cansados sin duda por el arduo trabajo del día anterior, dormían aún. Una sensación diferente empezaba a tomar forma en mi conciencia. Sabía que algo grande e importante estaba sucediendo en el campamento. Todavía con la somnolencia de la noche que moría no lo entendía plenamente, pero a la par de los rayos de sol que sustituían las sombras de la noche, mis pensamientos se fueron haciendo nítidos también. Sí, ahora recordaba con claridad. Era el décimo día del mes de Tishri, el séptimo: el día de la expiación, el gran día.

Los días previos, desde que el mes había comenzado, habían sido de examen personal y profundo en casa. Nuestro líder, Moisés, nos había dado la indicación que debíamos de afligir nuestra alma o de lo contrario seríamos cortados del pueblo. Sabíamos que este día era diferente, que era un día de juicio. Ya desde la tarde anterior de manera especial habíamos empezado esta tarea de aflicción y examen personal tratando de recordar nuestras faltas y errores para suplicar la gracia de Dios.

Con mucho sigilo, tratando de no despertar a nadie, salí de la tienda. El frío de la madrugada aún se sentía e instintivamente cubrí mi cabeza con el manto que portaba. Fue entonces que al alzar la vista lo vi. Nunca me cansé de admirarlo. Surgía de entre la multitud de tiendas, destacándose en el centro mismo del campamento de manera especial como el lugar de reunión de Dios con su pueblo. Era el santuario.

¡Ah, el santuario! ¡Cuantos recuerdos maravillosos! Toda la vida de mi pueblo giraba alrededor del santuario. A lo largo de mi existencia y en muchas ocasiones, a veces solo y en otras con la familia, había estado cerca de el. Cada celebración, cada santa convocación causaba en todos y cada uno una impresión profunda que era imposible olvidar. Se producía en nosotros un temor reverente que llenaba también de gozo y alegría nuestro corazón.

De todas las celebraciones siempre me sentí cautivado por el sacrificio diario que se celebraba de mañana y tarde. Recuerdo especialmente el día cuando junto con mis padres y hermanos nos tocó llevar el cordero para este sacrificio. Buscamos con esmero, con dedicación y escogimos el mejor, sin defecto, sin mancha, perfecto. Lo llevamos al santuario con reverencia y en el camino encontramos a otras familias como la nuestra que también llevaban su cordero para los sacrificios de toda la semana. Al alba ingresamos al santuario con muchos otros adoradores. Todo estaba limpio. Era un ambiente propicio para la adoración. Los sacerdotes ya estaban listos con sus vestimentas de lino para oficiar. Cada uno ocupaba su lugar.

Eran los sacerdotes los intermediarios entre Jehová y el hombre. Habíamos aprendido desde pequeños que desde la caída de Adán y Eva, nuestros primeros padres, ya el hombre no podía ver a Dios cara a cara y vivir. Se había dictado una sentencia de muerte que había llenado de tristeza al mundo creado, pero también se le había otorgado al hombre una nueva oportunidad. Es por ello que en la función de intermediación realizada especialmente por el sumo sacerdote y con cada cordero ofrecido en sacrificio la esperanza dada a Adán y Eva se renovaba.

Fue entonces que al escoger el cordero que sería sacrificado esa mañana, el sacerdote eligió el que nosotros habíamos llevado. Una sensación de culpabilidad hizo estremecer todo mi cuerpo. ¿Porqué una víctima inocente? ¿Porqué un cordero? En el momento preciso el sacerdote responsable tomó el cuchillo, cortó la tráquea de aquel cordero que en silencio aceptó su destino y la sangre comenzó a caer en un tazón. Fue así que las lágrimas reprimidas hasta entonces fluyeron libre y abundantemente. Lloré porque sabía que la sangre de ese cordero inocente había sido derramada también por mí. Lo hice porque todavía algunos dentro de mí pueblo no comprendían que cada cordero sacrificado nos señalaba que el pecado produce dolor, desesperación, angustia y que finalmente conduce a la muerte.

El sacerdote oficiante asperjó la sangre alrededor del altar. Cada uno de los demás sacerdotes realizaron su función, desollaron el animal y lo cortaron en pedazos, lavaron las entrañas para finalmente colocar todo en el altar donde fueron consumidos. La expiación estaba hecha.

Vivir una experiencia así debe cambiar la existencia. Prometí vivir siempre de acuerdo a las ordenanzas del Señor. Prometí caminar el sendero de la santidad sin la cual sabía no podría ver al Señor. Me dije a mí mismo: “ni una vez más”. Sin embargo muchas veces volví al santuario llevando otros corderos que tomasen mi lugar a causa de pecados cometidos para que yo tuviese la oportunidad de seguir viviendo. Y en cada una de esas ocasiones derramé lágrimas también. Pero siempre, siempre hubo un cordero.

Muchas veces cuando tuve que viajar lejos de mi familia y mi nación, y no podía volver pronto a ofrecer sacrificio por mis errores cometidos, mi fe se centraba en aquel cordero ofrecido por la mañana y por la tarde hasta el momento en que personalmente iba al santuario a ofrecer mi sacrificio.

Han pasado muchos años desde aquella ocasión. He aprendido nuevas lecciones. Y mi confianza sigue estando en mi Dios que no cambia. Hoy transmito a mis hijos la herencia espiritual que recibí de mis padres y revivo con ellos aquellas memorables experiencias. Sé que cuando nosotros dejemos de existir, en el futuro, también habrá para cada verdadero adorador, para cada auténtico penitente, un cordero silencioso que será sacrificado y cuya sangre derramada será expiación por los pecados cometidos.

Pero basta de recuerdos, el tiempo ha transcurrido rápidamente y la familia ya despierta. Este día también será extraordinario, es tiempo de ser examinados y saber si Dios aprueba nuestra conducta. Seremos sometidos a juicio.

Veo a Sadoc, mi pequeño hijo, que se levanta. Lentamente gira y entonces me ubica para encaminar sus pasos hacia mí. Hemos hablado mucho de este día especial.
Papá –me pregunta- ¿Por qué el Cordero?Porque en la muerte del Cordero –le respondo- cada uno de nosotros encuentra vida.

domingo, 6 de enero de 2008

En construcción

Estamos en construcción. Pronto sabrá de nosotros. No nos olvide.